Navidad en el basurero de La Chureca


NICARAGUA | Pobreza extrema
Es Navidad en La Chureca, el basurero más grande de Managua, donde viven entre 1.000 y 8.000 personas, vacas, moscas y cuervos. El olor a basura quemada se mete hasta las entrañas. En la ropa, en el pelo, en la nariz, en el cuerpo, en el corazón. 42 hectáreas de terreno desecado donde se tiran 1.000 toneladas de basura al día. Justo a la entrada, frente al basurero, se halla Casa Pellas, el concesionario de coches más grande de Nicaragua, propiedad de uno de los hombres más ricos del país, el señor Pellas. Cosas que tiene América Latina.
“Japoneses, holandeses, yanquis, españoles. Nos hacen unas fotos como si fuéramos perros y nos dicen que nos ayudarán. Luego nadie hace nada.”, explica Óscar. “¿Que cómo acaba alguien recogiendo latas, botellas de plástico y placas de metal por 100 córdobas, 3 euros y medio al día?. Estudié para técnico electrónico y nunca he conseguido un trabajo como tal. Me gano la vida como puedo y por lo menos si estoy aquí no ando robando”, añade este buen hombre.
Una capa negruzca recubre su piel. El polvo procedente de las cenizas de la basura incinerada y el potente sol caribeño dan a este churequero su aspecto tostado. “¿Qué vamos a hacer por Navidad, jajajaja, nada, recoger basura, como todos los días”, concluye. “Este país me ha tratado peor que a las ratas. No me siento nicaragüense”, expresa con rabia.
Detrás de Óscar, las excavadoras de una conocida empresa de construcción española compactan los desechos. Empieza a estar lejos el día en el que una compatriota suya, la vicepresidenta primera del Gobierno de España, María Teresa Fernández de la Vega, se quedó tan impactada con el lugar que manifestó: "La cooperación española va a iniciar aquí un proyecto para que la salud y la vivienda sean una realidad". Dos años después las empresas españolas remueven la basura, se lucran por Navidad, pero la cooperación aún no ha llegado.
“Me acuerdo del día que vino esa señora. Era delgada, llevaba gafas de sol e iba rodeada de hombres de chaqueta. Parecía simpática”, recuerda Luis, un colaborador habitual de la policía de Managua. Luis está casado con Ana desde hace 20 años. Su mujer es aguadora, vende el líquido elemento por las calles de la capital nicaragüense. Tienen dos hijas y un hijo. La mayor cumplió 16 años hace un mes. Los tres van a la escuela.
Viven en un poblado de chabolas levantado con cartones y chapas de uralita cercano, La Esperanza. Otros hacinamientos próximos al basurero son Acahualinca, Valle Dorado, Lindavista o Las Prisas. “Nosotros claro que celebramos la Nochebuena y la Navidad. Ese día me iré un poco antes a casa, además no vienen casi camiones, así que hay menos trabajo. Siempre es especial poder disfrutar de una buena cena o comida en familia. Este año vamos a comer salchichas para Nochebuena. Vendrán además mis suegros”, comenta.
A Luis le gusta enseñar el basurero. “Hay que andar con cuidado, a ustedes les pueden robar”, aclara. Normal. El gran cúmulo de desperdicios, gente, moscas, cuervos y vacas termina a orillas del lago de Xolotlán, la parte más peligrosa de La Chureca, junto con las barriadas de cartones. Los tiburones de agua dulce ya no viven en sus aguas, entre otras cosas, por el veneno arrojado por las multinacionales que fabrican regalos de Navidad. “Con el dinero que saco vendiendo el plástico, metal, papel… compró lo necesario para mi familia. Vamos tirando. Hoy se vive mejor que hace unos años”, añade.
Vacas omnívoras
Los tiempos en La Chureca, y aunque sea difícil de imaginar, han cambiado para mejor. La gente, por lo general, ya no se come los desperdicios que encuentra, a no ser que realmente estén en buen estado. Y algunos niños y niñas además de trabajar hurgando en la basura, cuando pueden, van a la escuela. “Aquí se vive bien”, repite una y otra vez Ezequiel.
Es joven, no llega a los 30 años. Lleva una sudadera desecha de Mickey Mouse, desecha como su cerebro y su corazón. “Aquí se vive bien, tenemos de todo”, machaca. De uno de sus bolsillos a punto está de caer un pequeño bote de disolvente. Y no precisamente para diluir pintura, sino para diluirse el cerebro, y olvidar. “Aquí claro que se celebra la Navidad, amigo. Iremos a la parroquia de La Esperanza, ¿ves esa torre al fondo? Allí es donde nos reunimos todos”, manifiesta entre orgulloso, feliz y mareado.
“Mira, las vacas que viven aquí son las únicas del mundo omnívoras”, espeta Ezequiel entre carcajadas. “Se alimentan de mierda, jajajaja”. Tiene razón, ante la evidencia nada se puede decir. Sorprende que los churequeros no las maten para comérselas. “Tienen un dueño”, dice. Sorprende también que no le robaran el coche a María Teresa Fernández de la Vega, ni la cámara de fotos a los curiosos periodistas. Uno sale con las tripas revueltas de La Chureca. Sus pobladores sólo quieren pasar una feliz Navidad.

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