Los cien años de la Gran Vía


Una ciudad en sí misma. Una calle en la que conviven homeless con ejecutivos. Todas las aspiraciones de una capital condensadas en tan solo un kilómetro.
Nació para poner a Madrid al nivel de Berlín o París. Hace cien años Londres ya poseía calles anchas gracias al fuego; París, gracias a un prefecto de policía que deseaba controlar a futuras masas revolucionarias con una sencilla batería de cañones desde una plaza en forma de estrella. Berlín tenía también una amplia avenida que Hitler soñó que fuera la arteria principal de Germania, capital del mundo. Madrid, sin embargo, sólo disponía de una calle, la Mayor, por donde apenas podían cruzarse dos coches de caballos. Donde con una bomba, en cualquier desfile, era posible arruinar el orden del Estado.
La nueva vía de Madrid creció despacio. Sería necesario casi medio siglo para enlazar la calle de Alcalá con la Plaza de España. La agitada política del siglo XX le cambiaría el nombre varias veces, a tramos y en su totalidad. Pero eso no hizo mella en los madrileños, que la sentían su calle más importante, y nunca dejaron de llamarla la Gran Vía.
Este reportaje sonoro recuerda hechos, datos y personajes que por razones variadas se mezclan con la calle. Desde un madrileño que aprendió a combinar bebidas en México, hasta directores de cine en busca de altura desde donde despeñar a sus personajes; desde una sastrería venida a mucho más, hasta un refugio machista y privado; desde la revolución más romántica hasta un vengativo dictador.
Hoy la Gran Vía es una de las caras más comerciales de la ciudad y los cines han dado paso a los teatros musicales. Su futuro es incierto. Sacar los coches, crear sobre ella un jardín y soterrar el tráfico bajo un túnel son algunas de las propuestas. Un cambio drástico que contradice en parte la idea con la que se creó: abrir una vía al tráfico.

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