La magia de la Navidad en mil y un mercadillos
Te enseñamos los más singulares de la vieja Europa, donde hacer acopio de adornos primorosos para decorar la casa y vivir a fondo la genuina tradición de estas fiestas.
Seamos honestos: no a todo el mundo le gusta la Navidad. De hecho, hay a quien le ponen los pelos de punta los villancicos, el entrañable espíritu de estos días “tan señalados”, y casi casi hasta el turrón de chocolate. Justo esos son los que, a partir ya, deberían evitar un buen puñado de ciudades europeas o, por lo menos, los mil y un mercadillos navideños que desde finales de noviembre empiezan a surgir como champiñones por sus calles.
Si en los de España, junto a las figuritas de los Reyes Magos han ido haciéndose un hueco los puestos en los que se despachan bromas, petardos, pelucas de colores y hasta los cuernos de alce con los que se pasean nada más comprarlos hasta los más respetables padres de familia, los mercados navideños más tradicionales de la vieja Europa siguen siendo el lugar al que dirigirse para decorar la casa con adornos primorosos y vivir a fondo la genuina tradición de la Navidad.
En Alemania hay montones de ellos, envueltos en ese ambiente único que acentúan sus calles nevadas y el aroma de castañas asadas y almendras garrapiñadas, el lebkuchen -el dulce de estas fechas- o el típico glühwein o vino caliente con especias que atempera el cuerpo en plena calle.
Colonia, por ejemplo, llega a sumar media docena de ellos, incluido uno medieval y otro flotante instalado en un barco sobre el Rhin, además del más antiguo de todos, a los pies de su preciosa catedral. Si Stuttgart extiende los cerca de 300 puestos de su mercadillo navideño por varias plazas del centro, con incluso una zona de antigüedades y hasta conciertos en el patio renacentista de su Castillo Antiguo, muy cerca, la ciudad de Ludwigsburg se ha especializado en un mercado barroco, con figuritas y decoraciones hechos a menudo a mano y con igualmente conciertos o teatro de marionetas para los más pequeños.
También a tiro de piedra de Stuttgart, el casco viejo de Esslingen invita a participar de su mercado medieval, así como del programa de animación concebido sobre todo para los niños. Y, entre tantos otros, destaca igualmente el mercado de las Estrellas Fugaces de la plaza del Palacio de Wiesbaden, con artesanos que realizan sus obras a la vista o un portal con figuras de madera a tamaño natural.
Austria es otro de los clásicos del espíritu navideño, con las plazas principales de pueblos y ciudades a rebosar de conciertos y coros de villancicos, de dulces como las manzanas horneadas o los pasteles de almendras. También hay entretenimientos para todos los públicos con, en ocasiones, propuestas tan poco convencionales como los talleres en los que aprender a pintar las bolas de cristal con las que decorar el árbol y a armar estrellas de paja o coronas de Adviento.
Si en Viena se instalan mercadillos tan famosos como el de la plaza del Ayuntamiento o el castillo de Schönbrunn, en ciudades más pequeñas como Innsbruck o Salzburgo la Navidad convierte sus coquetísimas calles en un auténtico escenario de cuento de hadas en el que no perderse ni uno solo de los ingredientes típicos de estas fechas.
La región de Alsacia es una de la que, en Francia, se entrega con más brío la Navidad, con el mercado de Estrasburgo, el más antiguo del país desde su puesta en marcha en 1570; los de Mulhouse, a los pies de la catedral, o el de la encantadora Colmar, entre cuyos barrios medievales engalanados para la ocasión se instalan cinco mercados navideños, con conciertos, degustaciones, cuentacuentos, artesanías y hasta un buzón gigante para Papá Noél o una pista para patinar al aire libre en la plaza Rapp.
En Roma, músicos, puestos de dulces y artesanías para decorar el árbol coinciden en la Piazza Navona con la “Befana”, la bruja buena que aquí le trae los regalos a los niños. Nápoles sin embargo es la ciudad de los presepi, los espectaculares belenes que se levantan cerca de donde se despachan todo tipo de artesanías y decoraciones, incluyendo figuritas a las que, con la sorna local, se les pone de cuando en cuando la cara de algún personaje famoso y controvertido de la política o la farándula.
Praga, heladora aunque también irresistible con sus añejos barrios ahora nevados, instala en la plaza Wenceslao y en la de la Ciudad Vieja otro par de mercados. Bruselas no podía menos que instalar un mercadillo ‘europeo’ como el que puede visitarse en la plaza Santa Catalina y sus alrededores. Y la ciudad sueca de Malmö, en la que conviven más de 160 nacionalidades, también convierte su mercadillo navideño en una originalísima muestra de tradiciones del mundo e interculturalidad, a pesar de que sea Gotemburgo, la segunda ciudad del país, la que se lleve la fama de gozar del espíritu navideño más genuino de toda Escadinavia, con permiso, eso sí, de Dinamarca.
El país de Hans Christian Andersen tampoco podía defraudar. Si en Odense, alrededor de la casa natal del célebre escritor de cuentos se colocan puestos con todo tipo de decoraciones navideñas, en Copenhague, ni siquiera los hippies de la mítica comunidad de Christiania se resisten a instalar por estas fechas un particularísimo mercado navideño a rebosar de gente los fines de semana, y de casetas con comida casera, velas hasta jerséis de lana tejidos a mano, o todo tipo de artesanías envueltas en el aroma de incienso.
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